sábado, 5 de septiembre de 2009

ESCAPADA A LA VERA

Escapada a La Vera de nuestros sueños ancestrales, visita al oráculo y retozo entre los frescores de la cordillera vetónica. Madrigal enciende La Vera extremeña, atrás queda en Ávila, Candeleda y el Raso, arriba el Almanzor y entre los follajes afloran túmulos do reposan los milenios con sus arquetipos.

José Luis y Andrea habitan en una estrecha pero más que suficiente casa, de madera y adobe con esas balconadas rústicas que llevan siglos pareciendo que van a caerse, dos alturas más el sobrado o troje desvanera, la planta baja y un estupendo museo de caretas, armas reales de jefes negros y otras diversidades africanas que tienen colocadas por todas las estancias.

Madrigal de la Vera es pueblo tradicional et con un barrio nuevo lleno de modernidad. Las calles empinadas van marcadas con el regato al medio, las resolanas que en estos días son más bien nocturnidades, simplemente por la calor; las tertulias no dejan de reflejar su colorido campesino y comentas al paso algún auspicio metéreo y logico, más deseado que racional porque el tiempo verdaderamente no está muy llovedor… inútil sacar al Cristo.

Ubicamos nuestro cuerpos et ánimas en tan estupenda casa, con los anfitriones amigos, tan campantes y galanos que no tardamos nada en hacerla nuestra; conexión a la Red, cámara fotográfica en estado de revista que Miguel estrena con las balconadas vecinas, soñando con la casa de enfrente que está en venta inmobiliaria por cuatro perras, en millones de las antiguas que es como seguimos entendiendo su valor, ya que nuestras entendederas hispanas dudo se sustituyan por las europédicas del moderno €uro, al menos de momento.

Al caer la tarde de nuestro segundo día hicimos la primera descubierta a Villanueva de la Vera, el pueblo siguiente a poco más de una legua. Hicimos una parada estratégica en la piscina natural de la garganta de Gualtaminos, un poco antes de subir la cuesta a nuestro destino nocturno pues vimos cae la tarde y los colores del ocaso mientras Miguel y Andrea se daban las últimas zambullidas en tan cristalinas aguas. Entretanto, José Luis y este escribano se trasegaban sendas y frescas jarras de cerveza.

El pueblo de Niebla, el burro de mis amores, estaba tal cual pues lo atacamos a pié por donde los antaños se gastaron las herraduras de los guerreros de Viriato, que hay quien dice que era verato pero por ahí no trago. Hicimos fotos de las históricas callejuelas, nos tomamos unas birras en la Plaza oyendo las doce campanadas de la media noche y acabamos la fiesta haciendo juegos de manos en otro bar donde el tapeo era norma sin detrimento horario.


Todas las mañanas al levantarme me bajaba al Madrigal moderno que está al lado de la carretera, al bar Churrería que como su mesmo nombre indica preparaba unas geringas y también churros que no te los saltas de cualquier manera, antes me compraba el periódico Extremadura que trae premio Público en el kiosco y al espabile burgués con mi café con leche ilustrado y mojado.

Otro día nos fuimos a la garganta de Alarcos que baja por los confines abulenses y extremeños, bajo el impresionante puente romano donde se bañan los humanos del contorno y los últimos madrileños y bolos que se resisten a terminar su veraneo. Hay un pequeño bar restaurante donde dar cuartel a la sequía, en un bello jardín apartado y a la puerta del itinerandismo veraniego dando las boqueadas.

José Luis Blanco ni tiene biografía aparente porque es toda una geografía humana vivida, que vive y por vivir, porvenir inexistente porque tales cosas no viven y hacerlo como Santa Teresa tampoco. Es un tratado de arqueología viviente que le hace poco fácil la vida al ignorar presentes amenazadores, de todo, de envidias ajenas y amores concretos, pero tampoco lo ignora que se bate con ellos con Don Quijote con sus lectores.

Andrea cuida el jardín de su vida, la de José Luis, sin dejar de atender a los jardines amigos, cocina y photoshop, conduce el trabajado BMW o nave de superficie con GPS incorporado. Es la parte femenina imprescindible en toda tribu vetona y controla su parte como en estos momentos Venus acaricia a la Luna, exactamente.

Mi socio y amigo Miguel Palau además de fotógrafo oficial, arrastra sus 28 años con alegría y decisión, sin merma de esperanza y ojo avizor a los acontecimientos, acaba de aterrizar en Extremadura por segunda vez y ya pisa con plomo, es el que mejor se lo está pasando y La Vera es como el mundo de sus sueños, tierra y flor, robles y riscos, águilas y golondrinas, cada una en su sitio, aquellas vigilando todo en los altos cielos y estas acurrucadas en sus nidos junto al hombre.

Septiembre entró limando calores, por la tarde salimos de expedición a casa de Domingo, un amigo de José Luis retirado en la montaña que ascendíamos por una pista de tierra a la derecha de la garganta de Gualtaminos. El terreno alternado de robles y alcornoques dejaba asomar viejos olores de antigüedad, antes de llegar nos encontramos con Domingo que acompañado de su perrita Chispa bajaba a buscar agua de una fuente muy especial… pasamos un buen rato además de escanciarnos unas sidras que el anfitrión sacó de sus reservas montesinas.

Acabamos la noche en Villanueva de la Vera con María Jesús, una amiga que atiende la oficina de turismo local, estuvimos en la terraza de un bar estupendo, vinos y cervezas y hasta unas migas con chorizo y pestorejo aparecieron al final que yo me endilgué con un buen café con leche, como a mi me gustan y en perfecto contubernio de amistad.

Nuestro periplo tocaba a su fin y decidimos partir a Trujillo vía Cáceres y en tren, el autobús de la Sepulvedana nos llevó a la estación de Oropesa cogiendo el tren gracias a la media hora de retraso que llevaba. Al medio día aterrizábamos en la Capital que esperamos lo sea Cultural en el 2016.

La vuelta a Trujillo la hicimos con nuestro amigo Ángel Sendín y en su furgoneta telefonil, acabamos en el bar El Escudo ya entrada la noche, con Chuty y Celima que aparecieron en la reunión.

No hay comentarios: