lunes, 6 de julio de 2009

TRUJILLO CASI EN EL DESCANSO ETERNO

Las cigüeñas machan el ajo mientras comen los felices cigüeños de la cría. Debajo d´ellos las calles solitarias de una ciudad del pasado, cuatro turistas desperdigados y los últimos habitantes, resistentes e inasequibles a cualquier tejemaneje que se manifieste en los bajos crecidos y reflejados donde se amontonan los descendientes de los que descendieron.

En la Plaza una aburrida y servicial oficina de turismo do se disputan la atención del raro visitante que accede a la información… es que el mes de julio –dice alguien como disculpándose- hay poca gente, lo fuerte es agosto y septiembre. Cerca de la Oficina está la tienda de suvenires de Susana, estupenda guía ‘ad líbitum’ de la ciudad y verdadera anfitriona del visitante.

La Plaza es inmensa, irregularmente armónica y vacía de humanidades por la gravedad batolítica, se bajaron al llano en la nueva ciudad y descentraron la milenaria vida trujillana dejando solitarios los palacios y alkázares, muchos de los cuales acojen a nuevos vecinos de otros lares.

Siendo una de las más bellas, es la ciudad vieja peor promocionada de las Españas y ello beneficia a una minoría selecta, conocedora del relax en sus estares hoteleros y de la deliciosa cocina de los restaurantes (supervivientes al descendimiento) en un nuevo silencio de paz y confort.
No hay mal que no acarree ventura, el fósil remozado al no dañarle las multitudes se siente mejor y uno que viene del golgorio ibicenco agradece este delicioso abandono.

Si bajamos de la Plaza veremos como aumenta el ritmo y en el capado Paseo Ruiz de Mendoza, una deslumbrante caferería bar con amplia terraza corona el ‘parking’ del Descendimiento, junto al superviviente Paseino con mi churrería favorita, oasis este último del viejo Trujillo y punto estratégico o arquetipo en la nueva urbe.

El Casino de Trujillo, ubicado en un palacio renacentista tardío y en cuyo claustro se edifica a finales del siglo XIX un artístico teatro de herradura que desgraciadamente se quemó en 1970, nunca volvio a ser lo que era, el teatro tampoco y a pesar de su restauración. El Casino fue citado por don Miguel de Unamuno en su libro de Viajes por Portugal y España.

Con la decadencia final que les remata a la llegada de la Democracia se vino abajo el social tinglado del Casino y acabó comprando el edificio la Diputación Provincial... aquello fue el principio del fin y ahora con la caída de la verja o Jaula de los Leones algunos supervivientes nostálgicos se rasgan las vestiduras apelando a leyes y decretos. La Jaula ha caido y queda preciosa la nueva visión del palacio, limpio de celosías desigualadoras y más humano si rehacen la floresta del jardín cuidando mejor los árboles.

Trujillo vale la pena pero no se lo digan a nadie.

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