Rosita la del clavel tiene que pagar los patos patidifusos del Ramoncín y sus secuaces, la tuna y la tundra se hermanan en lontananza mientras los dragones del sainete se regocijan, gordos y sebosos como las mataduras de aquel viejo y sufriente burro de carga del señorito.
Que placer y cuanta burla lleva aquel que burlando escollos de pimpirigallos consigue soñar a la vera del carrascal ignoto, pero no hay que preocuparse, que no cunda el pánico, que no suenen tablas ni dioses emboquillen fuera de tiestos testarudos. Hay que desalambrar espinas y contar los frailes de la chirigota.
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