miércoles, 16 de diciembre de 2009

Del Medievo entre brumas al Portugal luminoso

Me fui a Cáceres y me pilló la niebla aun así dio cuartel al Mercado Medieval que inauguré el viernes por la noche después de un paseo arquetípico por los Barruecos, con mis anfitriones amigos Paco y María, et refrigerio en la cafetería del Museo Vostell y sus correspondientes fotografías momentáneas.

La noche acabó envuelta en la bruma, me quedé el tabaco con unos cogollitos muy decentes en el último garito cervecero de la ronda ¡idó, qué farem! no farem res porque la vida cobra para dártelo por añadidura… ya en casa, tranquilamente y con un buen Cola Cao con galletas el humo cantarino iba cantando los colores escondidos entre grises y el placer de la amistad se regodeaba de bien estar.

Me quedé dormido al son del hipnótico programa radiofónico que bien acurrucado en mi catre había sintonizado… enseguida amaneció y unas horas después amanecí al olor de los churros que Paco había ido a comprar para el desayuno. Un placer, café con leche al obispo y jeringas cacereñas para arrancar la mañana, además la prensa regional y nacional recordándote el sonsonete que te tienes que tragar y a cumplir como un buen ciudadano sabático.

Como la niebla no levantaba decidimos irnos a comer a Portugal, cien kilómetros y la esperanza de adelantarnos hacia el Sol, y así fue, al llegar a los altos de Valencia de Alcántara apareció el azul del Cielo y los ángeles y arcángeles alabaron al Señor. Menos mal que nos queda Portugal.

Enfilamos la campiña arriba por los verdores de su batolito para traspasar la raya entre los acantilados de cuarcitas de la sierra de San Mamede, hemos llegado a Portugal, atravesamos la Raya casi borrada y nos regala la vida una hora monda y lironda, como en Canarias.

Bajamos hasta el puente romano sobre el río Seber que pasa bajo los farallones del castillo de Marväo allá arriba en la pingorota. Un chiringuito de madera muy portugués y familiar tenía abierto casualmente y como el Sol lucía espléndido, sus patrones se habían montado un guiso de venado riquísimo, me invitaron a una presa con un buen tanque de vino tinto, ya del año y fresquito… que pracer, muto obrigado.

Después del buen vino en el chiringuito con el venado y unas tapas de un queso fresco inigualable nos metimos por la senda verde siguiendo el río abajo hasta un puente de madera que atravesamos para entrar en una casona fantástica, junto al viejo molino con su cauce lleno de agua… María conocía a la señora portuguesa y como es letrada le estaba aconsejando en unas cuestiones de su oficio.

Precioso molino entre nogales y huertas de otros tiempos, allí estaba también el pagés portugués con sus hombros caídos y sin encontrar la razón de que su molino estuviera parado, cuasi destartalado. La señora nos regaló una bolsa llena de nueces y seguimos camino hacia el restaurante Mil Homes, a la derecha subiendo la carretera.

En Portugal todo es muy familiar, un amplio comedor con largas mesas, un servicio esmerado y amable, hablaban español y nos regalaron con unos platos de carne con patatas fritas, de esas patatas que hacían antes las abuelas, estaban tan ricas como la carne que era excelente y el vino altamente a la altura de la circunstancia.

Volvimos a la niebla torciendo a la derecha kilómetros después de pasar Valencia de Alcántara y me llevaron a la finca de un amigo suyo, pintor eremita y criador de porcino ibérico, Julio nos recibió contento haciéndonos entrar es su caserón que es más que casa. Bebimos unos vinos y hablamos de nuestras humanidades enzarzadas por los placeres de nuestras vidas.

Salimos del cortijo con la niebla más perra y baja, así llegamos a Cáceres como salimos, envueltos en la bruma.

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