viernes, 17 de octubre de 2008

EXTREMADURA

Mucho antes de Franco y tal vez del ‘malvado’ Felipe V de Anjou ya los extremeños éramos los indios de la Nación, como algún autor dijo socarronamente. Cuando la tan tatareada guerra de sucesión entre el Felipe ese y el archiduque de Austria, a los catalaúnicos se les olvidó que aquello fue una guerra civil, había partidarios de los dos bandos en toda España, incluida Extremadura. El catalanismo es capaz de todo con tal de mover la historia a su favor y no hay favor que valga pues la realidad fue nefasta para la Lusitania española… a veces pienso que como portugueses hubiéramos sido más felices.
En todo el proceso de la revolución industrial de España en los finales del siglo XIX y todo el siglo XX Extremadura fue la menos beneficiada por el Estado, gentes buenas y pacíficas que solo aspiraban a vivir, sus tierras en manos de cuatro y consecuentemente un pueblo de prestado en propia casa pues al no poseer la tierra se convirtieron en verdaderos indios de España, esclavos de la miseria que les daba el señorito para sobrevivir, mano de obra sin cualificar y a bajo precio. En Extremadura la única revolución industrial que se hizo la hizo Franco con los pantanos y regadíos, cuyas tierras fueron expropiadas a los ricos para los trabajadores colonos que convirtieron sus vegas en un vergel, pero verdaderamente a quienes favoreció ‘Don Claudio’ fue a los periféricos vascos y catalanes con ayuda, tal vez por miedo, a sus industrias vendiéndoles la mano de obra extremeña a costa de la desertización de sus pueblos. Si Extremadura hubiera sido separatista ahora estábamos forrados.
En Extremadura, aparte de los regadíos, el régimen franquista destrozó su medio ambiente de gran naturaleza, con la plantación masiva de pinos y eucaliptos a favor, casi siempre, de industrias foráneas, que para mayor descaro quemaban los montes consiguiendo los pinos quemados más baratos. Así se fueron destruyendo las comarcas más fértiles de nuestra tierra que si hoy están despuntando es gracias al turismo interior y a los emigrantes que vuelven todos los años para hacer la matanza y algo queda de ayuda a los familiares mayores que conservan despierta la poca tierra que les queda: los olivos y las pitarras de vino. Eso en las comarcas del Norte, de climatología más benigna, que en la mayor parte de Extremadura las ganaderas dehesas y los grandes cotos de caza siguen siendo de cuatro y muchos catalanes son grandes propietarios, por cierto y espero que no obliguen ‘parlá catalá’ a sus currantes (esclavos en propia tierra y aborígenes desesperanzados).
La Democracia espabiló el asunto en un principio y finalmente si no se pone remedio estamos a punto de más de lo mismo, aportando energía a las tierras periféricas, sufriendo los peligros de una nuclear que nosotros no necesitamos y a beneficio de los que se quejan de nuestra falta de aportación al Estado. Extremadura podría haberse convertido en una gran reserva biológica, con tanta fuerza que hasta las tierras calcinadas siguen renaciendo, el ejemplo está en el Parque Nacional Monfragüe que a pesar de ser atravesado por las aguas pútridas del río Tajo embalsado, sus montes quemados resucitaron tan feraces como siempre. Sin embargo como las ricas periféricas necesitan más energía seguimos haciendo el canelo montándoles una refinería de petróleo en la rica Tierra de Barros badajocense.
Lo de Extremadura no es cuestión de solidaridad, es cuestión de Justicia y mejor gobierno.

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